Nació el 18 de septiembre 1889, hijo de Santiago y de Francisca. Su madre era maestra del pueblo. A los 15 años ingresó en el seminario de Murcia incorporándose más tarde al de Orihuela. Terminados sus estudios, fue ordenado sacerdote el día 15 de junio de 1917.
Ocupó los cargos de Coadjutor de Crevillente (1918) y de San Juan de Elche (1920); Capellán del Asilo de la misma ciudad (1023), Cura Regente de Callosa de Segura (1027) y después Cura Ecónomo. El año 1934 fue nombrado Cura Regente de Novelda. En el desempeño de todos estos cargos dio pruebas de discreción, de prudencia y de elevado espíritu sacerdotal y celo del bien de las almas. Era hombre de gobierno, como demostró en Callosa a pesar de los difíciles tiempos que atravesaba la Iglesia desde el año 1931.
Tal vez por sus cualidades sobresalientes, el Señor Obispo lo destinó a Novelda, cuya situación religiosa era en extremo grave. El tiempo de la regencia de la Parroquia de San Pedro de Novelda, fue para el siervo de Dios un verdadero Calvario: Ataques a la religión de palabra y por escrito, limitación y trabas del poder político para los actos de culto como procesiones y entierros..., y hasta fue agredido en el mismo templo.
El Jueves Santo de 1936, la autoridad civil prohibió los actos nocturnos de culto ante el Monumento, pero la Adoración Nocturna con su párroco acordaron celebrarlos a puerta cerrada. Con todo, viendo los enemigos que a través del cerrojo de la puerta de la Capilla del Santísimo se observaba luz y actividad, hicieron estallar una potente bomba que conmovió al templo entero; era como el anuncio de todo lo que vendría después.
El 18 de julio comenzó la destrucción y saqueo de las iglesias y capillas entre otras la de la de Santa María Magdalena en el Castillo de La Mola, Patrona de la Ciudad.
En estas circunstancias, el siervo de Dios, Don Rafael, salió para Orihuela, creyéndose más seguro en su tierra, pero fue detenido en Crevillente, obligándole a regresar a Novelda, donde fue encarcelado el día 3 de agosto de 1936. De la cárcel fue sacado el día 26 de septiembre, siendo asesinado en el "Llano de arriba" del término de Monforte del Cid, en cuyo cementerio fue enterrado hasta que se hizo el traslado de sus restos al de Novelda, el 22 de noviembre de 1939.
El chofer que conducía el coche de la muerte, en carta dirigida a su prometida desde el frente, a donde marchó después de haber asistido al triste espectáculo del fusilamiento del Señor Cura de Novelda y de sus compañeros Señores Climent e Iñesta, aludiendo al párroco, decía: “No puedo dormir al recordar las últimas palabras de Don Rafael Mira a sus compañeros sacerdotes, animándoles a morir y a derramar la sangre por Cristo, brindándose a ser el primero para recibir el martirio, perdonando a sus asesinos y dándoles las gracias porque no le quitaban la vida, sino que se la daban en aquel instante, y que rogaría por su conversión".
Esto mismo confirmó un hombre de Monforte que se encontraba regando aquella noche, y que al darse cuenta de la escena, apagó el farol para no ser visto, añadiendo que murió de rodillas.
Los que estaban en la cárcel con él han dicho a su hermana Rosario: Que aquella noche se manifestaba contento como nunca, y que advertía a Don Juan Iñesta que aquella noche no era de dormir sino de orar.
Aseguran también que salió de la cárcel con las manos cruzadas, despidiéndose de todos hasta la eternidad, y añadiendo que por cinco minutos de sufrimientos, tendría una eternidad de gozo. Cuando entró Don Juan en la cárcel, pronunció estas palabras: “Ya estamos aquí las víctimas”.
¡BUEN TESTIGO DE LA FE!