Hijo de cristianos y modestos comerciantes, vio don Eduardo la luz primera en Orihuela el año 1877.
No tardó mucho en manifestarse en él la vocación al estado eclesiástico, pues apenas pasados los años de la infancia en ejercicios de piedad al lado de sus virtuosos padres, empezó como alumno externo en el Diocesano de San Miguel los estudios enderezados al sacerdocio, que terminó en 1901, en el cual recibió el presbiterado.
Una vez ordenado sacerdote fue designado Coadjutor de Bigastro, cargo que desempeñó por algunos años hasta que, mediante el oportuno examen, fue nombrado Capellán de la Misa de seis y media y 2º Maestro de Ceremonias de la S. I. Catedral. Lo que no debe extrañar, porque si bien el Señor Torres era
Sacerdote de escaso talento y de modestas facultades, sin embargo, era una persona de fino trato social y de exquisitos modales, unidos a una gran seriedad de procedimientos y a una conducta moral intachable.
Obligado el Iltmo. Cabildo Catedral a suprimir el cargo de 2º Maestro de Ceremonias por la reducción de gastos que impuso la supresión del Presupuesto Eclesiástico decretada por la República el año 1936, el Sr. Torres fue nombrado Coadjutor Auxiliar de la Parroquia del Salvador, que a la sazón funcionaba en la Iglesia de la Merced, de donde ya había sido designado Capellán de la Misa de once, cargo que desempeñó con laudable exactitud.
Una vez estallada la revolución, Don Eduardo fue una de sus primeras víctimas, siendo detenido con los otros nueve Sacerdotes, de los cuales hemos hecho repetida mención, y sacado con ellos la noche del 30 de noviembre de 1935 de la cárcel de este partido y conducido a las inmediaciones del cementerio ilicitano, donde sufrió glorioso martirio. Sus restos fueron trasladados a este cementerio Orcelitano.
(Del Folleto de 61 páginas “Héroes de la Fe”, escrito recién terminada la guerra española, por el M. I. Sr. Don Joaquín Espinosa Cayuelas, Rector del Seminario Diocesano, que también padeció persecución y prisión).
No tardó mucho en manifestarse en él la vocación al estado eclesiástico, pues apenas pasados los años de la infancia en ejercicios de piedad al lado de sus virtuosos padres, empezó como alumno externo en el Diocesano de San Miguel los estudios enderezados al sacerdocio, que terminó en 1901, en el cual recibió el presbiterado.
Una vez ordenado sacerdote fue designado Coadjutor de Bigastro, cargo que desempeñó por algunos años hasta que, mediante el oportuno examen, fue nombrado Capellán de la Misa de seis y media y 2º Maestro de Ceremonias de la S. I. Catedral. Lo que no debe extrañar, porque si bien el Señor Torres era
Sacerdote de escaso talento y de modestas facultades, sin embargo, era una persona de fino trato social y de exquisitos modales, unidos a una gran seriedad de procedimientos y a una conducta moral intachable.
Obligado el Iltmo. Cabildo Catedral a suprimir el cargo de 2º Maestro de Ceremonias por la reducción de gastos que impuso la supresión del Presupuesto Eclesiástico decretada por la República el año 1936, el Sr. Torres fue nombrado Coadjutor Auxiliar de la Parroquia del Salvador, que a la sazón funcionaba en la Iglesia de la Merced, de donde ya había sido designado Capellán de la Misa de once, cargo que desempeñó con laudable exactitud.
Una vez estallada la revolución, Don Eduardo fue una de sus primeras víctimas, siendo detenido con los otros nueve Sacerdotes, de los cuales hemos hecho repetida mención, y sacado con ellos la noche del 30 de noviembre de 1935 de la cárcel de este partido y conducido a las inmediaciones del cementerio ilicitano, donde sufrió glorioso martirio. Sus restos fueron trasladados a este cementerio Orcelitano.
(Del Folleto de 61 páginas “Héroes de la Fe”, escrito recién terminada la guerra española, por el M. I. Sr. Don Joaquín Espinosa Cayuelas, Rector del Seminario Diocesano, que también padeció persecución y prisión).