Nacido en Novelda, fueron sus padres José Miralles Abad y Josefa Ayala Hernández. Desde edad muy temprana manifestó su inclinación al sacerdocio, siendo sus aficiones favoritas construir artísticos altarcitos o ayudar a Misa cuando apenas podía cambiar el misal, por su pequeña estatura y limitadas fuerzas.
A los 11 años ingresó como alumno interno en el Seminario de San Miguel, de Orihuela, captándose el afecto de profesores y condiscípulos. Su aplicación (sobresaliente en todas las asignaturas), iba unida a su innata bondad y disciplina.
Prendados los profesores de sus cualidades y finalizados los cuatro primeros cursos, fue enviado a Roma para que continuara sus estudios en el Pontificio Colegio Español de San José y Universidad Gregoriana, doctorándose tras brillantes ejercicios en Filosofía, Teología y Derecho Canónico.
El 21 de marzo de 1931, recibió la Ordenación Sacerdotal de manos del Emmo. Cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado del Papa San Pío X. Días más tarde, en la Capilla del Pontificio Colegio Español, sobre el sepulcro del Papa San Aniceto, cantó su Primera Misa, con alegría y consuelo de sus padres presentes en el acto.
Tras su regreso a España, cumplidos sus deberes militares, el Prelado D. Javier Irastorza, admirado de su formación y talento, le nombró Cura-Arcipreste de la Parroquia de San Pedro de Novelda. Y aquí comenzó el calvario de nuestro jovencísimo sacerdote.
Por una parte, se encontró ante dificultades sociales y políticas agravadas desde 1931, con la supresión de la enseñanza religiosa y actos públicos del culto (procesiones), privación de ayuda económica, etc. Por otra, la Regencia de la Parroquia de San Pedro de Novelda, con sus veinte sacerdotes incardinados y multitud de problemas pastorales, requería una experiencia de la que el novel sacerdote, a pesar de su ciencia y buena voluntad, carecía. A pesar de ello, afrontó y resolvió no pocos problemas.
Su bautismo de fuego fue el problema de la Entrada y Procesión de la Santa, suprimidas o dificultadas por el alcalde. El cura se desplazó a la capital, se entrevistó con el gobernador y consiguió autorización para dichas celebraciones.
Un poeta anónimo versificó lo sucedido:
Hubo en esta poblaciónuna grande algarabía,pues el alcalde queríaprohibir dicha Procesión.
Ante semejante «orden»nadie podrá desmentir,que era, en vez de prevenir,crear un serio desorden.
Nuestro buen cura saliópara nuestra capital,y al gobernador, leal,el caso, pues, le contó.
Sublime mentalidadfue la del cura Miralles,y la Santa, por las calles,paseó por la ciudad.
La entrada se celebró.¿No se había de celebrar...?Y en la Iglesia y en su Altarsu regio puesto ocupó.
La Ley Constitucional amparaba al sacerdote.
Como era muy experto en la Legislación Social, en no pocas ocasiones, operarios, cuyos derechos laborales no eran respetados, acudieron al Sr. Miralles, quien les asesoraba debidamente y acompañaba ante los correspondientes organismos, consiguiendo con asombro que se les hiciera justicia. Dichas gestiones le acarrearon dificultades en ciertas alturas.
Fundó en la parroquia la Acción Católica.
Trasladado por el Sr. Obispo a Orihuela, fue nombrado Coadjutor de la Parroquia de Santa Justa, más como su vocación no era la parroquia fue desligado de ella para aceptar importantes cargos en el ámbito Diocesano. Fue Vice-Director de la Acción Católica Diocesana, Director del Secretariado de instrucción Religiosa, Oficial Archivero de la Curia, Profesor del Seminario y V. Administrador del Acervo Pío Diocesano.
En unión de algunos sacerdotes, delegados por sus prelados, recorrió varias naciones para el estudio de sus medios apostólicos y realidades sociales. Al regreso fueron recibidos por S.S. Pío XI, quien le otorgó la facultad de impartir la bendición Papal en algunas ocasiones. Tal era el afecto que le profesaba.
Tras el 18 de julio, fue detenido y llevado a la Curia Diocesana para que entregara los documentos y bienes eclesiásticos. El Sr. Miralles exigió la presencia del Notario, levantándose acta de lo entregado; y conservando copia de la misma. Sus enemigos no le perdonaron, encarcelándole posteriormente durante varios meses en el Colegio de Jesús y María convertido en cárcel (1).
Tras una aparente y efímera libertad, el 22 de octubre de 1936 un numeroso grupo le esperaba ante la casa de una familia de Novelda, donde estaba refugiado.
Al encontrarse ante ellos, con una entereza y valentía admirables, les declaró ser hijo de obreros cuyos derechos decían defender, presentándose como sacerdote al que ellos buscaban, y dispuesto al martirio que le abriría las puertas del Cielo.
Los verdugos, haciéndole subir a un carruaje, le condujeron por la carretera de Alicante a una cuneta entre Albatera y Crevillente, siendo vilmente asesinado (2). Su cadáver, inhumado en el cementerio de Crevillente, fue más tarde trasladado al de Novelda donde reposa. Temporalmente ocupó la cripta junto a la Cruz de los Caídos.
Gracias a sus acertadas gestiones el acta notarial, providencialmente conservada, sirvió de base para recuperar en su día los valores sustraídos. El que fue Rector del Seminario de Roma, y posteriormente Obispo de Barbastro, D. Jaime Flores, recordaba siempre con gran cariño a su inolvidable y perfecto seminarista, D. José Miralles. ¡Descanse en paz!
(1) El tristemente célebre “Pincelito” autor de tantos asesinatos de sacerdotes, decía: “Solo me duele haber matado a un Cura de la Mancebería” (Don José).
(2) Decía asimismo otro de sus verdugos: “No creo en los santos, pero si hay uno es él”.