SD JOSÉ PARREÑO POMARES - PARROCO DE BIGASTRO


Nació en el Elche en una familia numerosa muy creyente. El padre era empleado de banca. 

El Señor llamó a la vida religiosa a dos hijas que fueron misioneras en la India y a un hijo para la Congregación Salesiana. 

José María, dotado desde los primeros años de un carácter amable e inclinado a la virtud, ingresó en edad temprana en el Seminario de la Purísima Concepción de Orihuela, donde cursó con laudable aprovechamiento los estudios eclesiásticos hasta su ordenación sacerdotal verificada el año 1914. 

Ocupó los cargos de vicario de Dolores, Capellán de Colegio de Jesús y María de Alicante, y en 1916, a raíz del concurso celebrado, fue nombrado Cura Propio de Formentera del Segura, oficio que desempeñó hasta 1930, por haber sido nombrado Cura Ecónomo de Bigastro. 

En todos estos cargos dio pruebas de inteligencia, celo e integridad de costumbres, siendo, por tanto, de todos honrado y de nadie mal querido.

En Bigastro, desplegó un celo extraordinario en la formación religiosa de los niños, de los jóvenes y de los adultos. 

Era un catequista extraordinario, tanto es así que aún recuerdan varias personas consultadas que gastaba su dinero en comprar los mejores medios para enseñanza del catecismo; ya en aquella época contaba con máquina de cine y diapositivas con las que ilustraba sus enseñanzas. 

Algunos niños de la posguerra recuerdan haber trajinado con aquellos medios audiovisuales, guardados en el desván de su casa.

Llegado el 18 de julio de 1936, un señor de la huerta de Bigastro, le aconsejó que fuese con él para ocultarse en su casa, así lo hizo, pero cierto día, desde su escondrijo, oyó que un miliciano amenazaba con quemar la casa si no echaba de ella al Cura. 

La prudencia de Don José María le animó a marchar a Alicante, a casa de su hermana María que regentaba un comercio de juguetes en la Calle Mayor.

Refugiado allí, la noche del 13 de agosto de 1936, unos señores se presentaron en la puerta preguntando si allí había un sacerdote; se lo llevaron y le dieron el “paseo” hasta las Salineras Catalanas, carretera de Alicante a Santapola. Bajado del coche de la muerte, le invitaron a seguir andando por la cuneta y allí cayó víctima del tiroteo de sus enemigos por la espalda.

La familia se enteró de su paradero porque un sobrino, desayunando en el bar, oyó cómo varios hombres jóvenes sentados en una mesa, hacían recuento de las personas que habían matado, y escuchado el nombre de su tío, lo comunicó a la familia que recogió el cadáver. 

La nocturnidad del crimen, impide conocer si antes de la muerte hubo torturas como en tantos casos.

Se conserva la memoria de haber sido muerto sólo por ser sacerdote; sus reliquias guardadas en el Panteón de los Caídos del cementerio de Alicante, esperan su destino definitivo en una de las parroquias que el Siervo de Dios regentó.