SIERVO DE DIOS LUIS ESTAÑ MELLADO


Coadjutor de San Martín de Callosa de Segura.

Natural de Callosa de Segura, en el seno de una familia muy cristiana nació el año 1908. 

Con una inclinación innata a todo lo bueno, en edad temprana, ini­ció los estudios eclesiásticos en el Colegio de Vocaciones de San José, de Ori­huela. Pasó después al Colegio-Seminario de Murcia, y con alguna interrupción en los estudios por motivos de salud regresó a Orihuela, finalizando su carrera en el Seminario de San Miguel.

Apreciado por todos sus compañeros por su nobleza y sencillez, era alegre y ocurrente en el trato social, distinguiéndose por una extraordinaria obediencia hacia sus superiores, no sólo en sus mandatos, sino en sus insinuaciones y obser­vaciones. Con motivo de unas vacaciones navideñas (1930) en que no fuimos a casa, sino que las pasamos en el Seminario (con gran disgusto de alumnos y familiares) los superiores, para quitarnos «la morriña», organizaban veladitas re­creativas que divertían a los pequeños, pero a los mayores... Y hacíamos sufrir a los superiores, que no tenían culpa de nada... Nuestro Luis Estañ, por obedien­cia actuó siempre en dichas veladas, desempeñando papeles un tanto cómicos. Aún recuerdo que en uno de ellos vestido con atuendos rarísimos, que asustaban (parecía el espectro del Comendador en el Tenorio), cantó con su voz potente y un tanto desentonada una melodía integrada por «retales» de diversos himnos y cantos litúrgicos, uniendo la «Salve» con el «Dies irae», el Te Deum, Pater nos­ter, Credo, Salmos y Antífonas, o sea un auténtico disparate, con hábil ensambla­dura, que provocó la hilaridad del «respetable». Sólo él era capaz de cantarlo y con gracia...

Tal vez como secuela de una enfermedad, su memoria flaqueaba, por lo que en las clases y sobre todo en los exámenes, sufría lo indecible, pues estudiaba mucho y retenía poco... Como el buen humor siempre le acompañaba, no se acom­plejaba por su poca memoria, y sobre todo en el mes de mayo, tanto en su habi­tación, como durante los recreos y paseos, abriendo la espita de su subconsciente, interrumpía la conversación y gritaba con todas sus fuerzas: ¡¡Qué exámenes...!! ¡¡Señor, que exámenes...!! Al tiempo que reía a gusto y todos con él, aunque sa­bíamos que tales gritos eran la expansión de su terrible calvario intelectual... Por su gran amor a Dios llevaba gustoso la cruz de su poco talento...

En santidad, acompañada de sencillez e inocencia era de los primerísimos en el Seminario.

Recibido el Presbiterado en 1934 de manos de D. José Alcaraz Alenda, Obispo de Badajoz, por enfermedad de nuestro Prelado, Dr. Irastorza, fue designado se­guidamente Coadjutor de su ciudad natal, oficio que desempeñó con tanto es­mero y celo, que en pocos meses fue muy querido por todo el pueblo y en alto grado apreciado por su Párroco (1).

Cuando a raíz del 18 de julio se cerró la Iglesia Arciprestal, empleaba santa­mente el tiempo preparando en su casa a un grupo de muchachos, a los que im­partía clases para ingresar en el Seminario, finalizada la contienda... En dicha tarea fue sorprendido por unos milicianos los cuales, ante tan gravísimo delito, le en­carcelaron en un calabozo, hediondo y repugnante, y con palabras de la esposa del carcelero que lloraba por la situación de D. Luis, éste permanecía en conti­nua oración, ante una gran cruz de carbón que había dibujado en la pared, cual otro Tomás de Aquino. Su elevado espíritu superaba la hediondez del lugar.

Ya preveía la tragedia, porque una tarde del mes de agosto, al visitarle el hoy canónigo, D. Francisco Navarro Aguado, durante la conversación, le dijo su hermana Ángeles:

-Luis, escóndete donde puedas, porque un día pueden venir los milicianos y llevarte para matarte.

A dichas palabras contestó D. Luis:

-Si vienen por mí, no será por malhechor, sino porque soy sacerdote; y como no soy cobarde, la mayor gloria para mí sería dar la vida por Cristo; antes la dio El por mí. Les diría: ¡disparar!

Al decir tales palabras colocó sus manos ante el pecho, y en su rostro se expresaba un gesto de valentía (2).

El día 20 de noviembre de 1936, en unión de D. Rafael Ramón, fue sacado y conducido en un coche a la garganta de Crevillente. Llegado al lugar del mar­tirio, con perfecto dominio de sí mismo y heroica fortaleza, se adelantó a abrir la portezuela del coche y alentó a su compañero que rehusaba bajar, diciendo: a ¡Maestro! Ha llegado la hora de cumplir con nuestra misión de sacerdotes; los que van a acabar con nuestras vidas, nos abrirán las puertas del cielo».

Le llamaban maestro por ser quien le preparó para ingresar en el Seminario. Acto seguido preguntó a los esbirros quién era el designado para matarle, y al escuchar la respuesta le dijo: «Permíteme que bese tu mejilla en señal de perdón». Y le dio el ósculo de paz. El designado propuso a sus compañeros que per­donaran a su víctima, pero la perversidad triunfó sobre los buenos sentimientos.

D. Luis pidió a sus verdugos le concediesen un minuto para orar recitando en voz alta el “ Padre Nuestro “, al decir las palabras: “ Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores “, tapando su cara con una mantita que llevaba, dijo: “ ¡DISPARAD! “, muriendo segundos después.

La página de la Muerte de D. Luis Estañ parece arrancada del Martirologio de los primeros siglos, y le coloca entre los grandes mártires de nuestra fe.

Tres años más tarde su cuerpo, que yacía en la fosa común, fue desenterrado y expuesto en la Iglesia de San Martín, apareciendo incorrupto y vestido con su sotana.

(1) No pocas de sus notas biográficas están tomadas del libro de D. Joaquín Espinosa «Héroes de la fe», 1942. Otras son recuerdos personales y de sus amigos.

(2) Palabras oídas y escritas por el Canónigo D. Francisco Navarro, entonces seminarista y amigo de D. Luis.