SIERVOS DE DIOS JOSE PENALVA ZARAGOZA, Y CAYETANO DURÉNDEZ GARCÍA Párroco y sacristán de Benejúzar



Es Benejúzar, una de las poblaciones que con más cariño ha conservado la memoria de sus mártires de la Fe. De hecho, el hito que recuerda el lugar del martirio, una gran cruz de mármol, sigue en pie junto a la carretera en la que tuvo lugar tan siniestra acción. 

Por su firmeza en la fe, dos hombres de relevancia popular fueron las víctimas, el párroco Don José María Penalva Zaragoza y su sacristán Don Cayetano Duréndez García.

Presentamos a los dos unidos a la hora del sacrificio porque unidos, y muy unidos, permanecieron durante su vida al servicio de su pueblo.

Don José Mª Penalva Zaragoza nació en Catral el 5 de enero de 1876, fue bautizado el 6 del mismo mes y año y ordenado sacerdote el 10 de junio de 1901.

Catral siempre fue una Villa de ejemplar cristiandad, las vocaciones sacerdotales, con familias tan ejemplares, germinaron con facilidad. El matrimonio de Antonio Penalva y María Zaragoza, fueron los padres agraciados por la llamada de Dios a su hijo José María, para que accediera al sacerdocio de Cristo, al que llegó con fervor y entusiasmo apostólico, después de haber transcurrido su época de preparación en el Seminario de San Miguel de Orihuela, con brillante aprovechamiento. 

Después de haber sido vicario parroquial de su propio pueblo y de Pinoso, fue nombrado párroco de Benejúzar en donde trabajó sin descanso por el bien de sus feligreses desde el año 1916. Si bien durante veinte años, su objetivo como pastor era el cuidado de las almas, no descuidó la materialidad del templo parroquial en el que introdujo importantes mejoras, con la ayuda generosa de la comunidad cristiana.

En el ejercicio del ministerio sacramental, el día 30 de junio de 1925, asistió sin duda con singular aprecio, al matrimonio de Cayetano Duréndez (su sacristán) y Angelina Ibáñez. 

Cayetano había nacido el 24 de enero de 1892, hijo de Cayetano y de Josefa, siendo bautizado el 24 del mismo mes y año.

El mayor de una familia numerosa, vivió con actitudes de segundo padre para sus hermanos; por ellos renunció a novia y carrera universitaria para emprender actividades que rindieran provecho para ayuda de los escasos ingresos del padre. Así hizo con la puesta en marcha de una fábrica familiar de alpargatas. Hombre cabal, fue elegido para juez de paz de su pueblo, y dotado de cualidades artísticas estudió piano y órgano (fue organista de la parroquia a la par que sacristán). Pero sobre todo, nunca ha olvidado el pueblo que lo conoció, al artista sobre las tablas del teatro; he visto llorar y reír a la par, a personas mayores que lo recordaban con nostalgia.

De pueblo sí, pero atento con todos y fino en sus modales, contaba con la simpatía de todos sus paisanos de buena voluntad, y por ello pudo ser buen apóstol en la Acción Católica y ejemplar en la piedad. 

Carlos V, nunca lo hubiera confundido con el diablo, porque su devoción a la Eucaristía le tenía convertido en modelo de trato para con el Santísimo Sacramento. No pudo tolerar encontrarse una mañana, cuando abrió el templo, y observó que habían profanado el sagrario. Esta vez no sólo rezó, también lloró, y avisó al párroco y denunció ante las autoridades la terrible ofensa al Señor y al pueblo cristiano. 

Esta entrega a la Fe, le atrajo mayor odio de los enemigos de Dios.

¿A dónde va mi párroco sin su sacristán...?

La II República Española fue ocasión de persecución a la actividad de la Iglesia, solamente en Asturias mataron a 34 sacerdotes. Para muchos españoles ignorantes, república era sinónimo de revolución y desorden. Don José María, buen predicador, en el epílogo de un sermón hablando de la Inmaculada, sufrió la explosión de una bomba.

Llegado el 18 de julio y comienzo del desastre general, sus familiares alertaban al sacerdote del peligro que corría vestido con sotana aunque fuera por su pueblo, Catral.: “Tío, que le pueden matar”, y él contestó, “¿qué pueden hacer? ¿matarme...? ¡Qué dicha morir por Aquel que antes dio la vida por mi!”.

Fue detenido el Señor Cura de Benejúzar por milicianos de aquel pueblo y de Catral; nadie acudió en su defensa, ni familiares con autoridad. 

Primero encerrado en la propia casa parroquial de Benejúzar, desde donde pudo escuchar la infernal algarabía del saqueo y destrucción de imágenes y otros enseres de la iglesia; después llevado al templo convertido en cárcel, pero en este trayecto de la casa al templo, llevado entre milicianos se cruzó con Cayetano que, al verlo así, dijo: “¿A dónde va mi párroco sin su sacristán?”. En este momento también apresaron al sacristán, los llevaron a la iglesia y después, seleccionados, los encerraron a ellos dos en la sacristía.

En la madrugada del 20 de agosto, dijo el carcelero: “Sacristán y Cura, levantaos”. 

Subidos al coche de la muerte, pensaba sin duda el párroco que eran conducidos al Reformatorio de Alicante, como había pedido, pero NO, fueron llevados a la cuneta de la carretera de Alicante a Cartagena, y allí, entre aquellas azarbes de avenamiento de la Vega Baja, Término de San Fulgencio, fueron cruelmente masacrados.
El chofer que conducía el automóvil de la muerte, era familia de un testigo cualificado de estos hechos, aún vive. Cuando el noble chofer se percató de las intenciones aviesas de los milicianos, en Rojales, simuló una parada de motor al que no pudo arrancar de nuevo, y buscando a otro chofer, les llevó hasta la meta deseada. 

Allí el buen sacerdote, rogaba que le mataran a él pero no al sacristán, que tenía familia. 

Entre dudas suscitadas por la bondad de las víctimas, uno de los milicianos se arrancó y clavó un puñal en el pecho del sacerdote, y ante el chorro de sangre, todos se abalanzaron como hienas con sus armas para acabar con ellos. Después, quizás aún con vida, les hicieron objeto de burlas y malos tratos. De hecho la boca del cadáver del párroco apareció llena de excrementos de ranas tomados de la azarbe cercana.


Enterrados en el cementerio de San Fulgencio, en fosa común para los dos,
acabada la guerra fueron exhumados, y llevados a los cementerios respectivos de Benejúzar y Catral. Desde el principio, en la iglesia de Benejúzar les dedicaron sendas lápidas a ambos lados del altar mayor. En Catral consiguieron de la Santa Sede, licencia para colocar los restos de Don José en el templo parroquial con un dignísimo sarcófago.
Benejúzar y Catral les dedicaron calles a su nombre, pero sobre todo no los olvidaron hasta hoy. Visitaron cada año el lugar del sacrificio y celebraban misas por sus almas pero no de difuntos sino de gloria. Tal es el concepto de que eran dos gloriosos mártires de Cristo.
Esperamos que, tras el proceso ya llevado a Roma, pronto puedan ser beatificados.