Cura Párroco de Santas Justa y Rufina
Nació en 1875 en la villa de Ayora.
Era familiar de D. Enrique Teruel, a quien siguió en la carrera eclesiástica desde el Seminario de San Miguel.
Finalizados los estudios en Orihuela con brillantez, se desplazó a Valencia, en cuya Universidad Pontificia cursó y obtuvo la Licenciatura en Sagrada Teología.
Ordenado sacerdote en 1899 fue nombrado Profesor de Latín y Humanidades en el Seminario Orcelitano, siendo también Mayordomo en el citado centro.
Tres años más tarde (1902) tomó parte en las oposiciones a parroquias, siendo elegido Cura de la Parroquia de Santas Justa y Rufina, cuyo cargo desempeñó hasta su muerte.
En sus 34 años de ministerio parroquial realizó notables reparaciones en su monumental iglesia, restaurando la cúpula, reparando la torre y crucería y levantando las viviendas parroquiales.
Orador elocuente predicó en gran parte de la Diócesis, y por lo que atañe a su Iglesia de Santa Justa, la misa dominical de las 11 registraba un lleno absoluto que escuchaba con gusto y atención a su ilustrado pastor, quien en tiempos difíciles para la Iglesia y para la Patria predicó con valentía, levantando los ánimos decaídos.
En las pocas ocasiones que hablé con él, mostrándome pesimista ante el futuro, siempre me respondía: «No temas, aunque sea con nuestro sacrificio Dios ha de triunfar. El Sagrado Corazón de Jesús ha de reinar en España».
El grupo de seminaristas que le escuchábamos guardábamos silencio y admirábamos su fe.
Y como no era sólo hombre de palabras sino de vida y acción, colaboraba activamente en la Federación y organizaciones sociales y apostólicas de la ciudad. Para los marxistas de Orihuela era uno de los “eliminables”.
El 28 de septiembre de 1936, con engaños y promesas de garantías y próxima libertad que le hiciera un antiguo vecino e improvisado oficial de prisiones, se entregó D. José a sus aprehensores, quienes encarcelándole en Orihuela tras el saqueo del templo y casa parroquial, le trasladaron posteriormente a la capital (Prisión Provincial).
Juzgado en unión de D. Ramón Barber y D. Alfonso Moya, y acusado de los mismos «delitos» que sus compañeros (véase el art. de D. Ramón Barber) fue condenado a muerte y ejecutado en la mencionada fiesta de la Inmaculada.
Con la misma valentía que desde el púlpito predicaba la Palabra de Dios, y tantos años arengó a los seminaristas en su Fiesta Mayor de la Inmaculada Concepción, confiado en la dulce esperanza de que aquel día vería en el cielo a su Madre Inmaculada, ante sus verdugos que ya apuntaban sus fusiles gritó valientemente: ¡¡VIVA CRISTO REY!! ¡¡ VIVA ESPAÑA!!
Sepultado en el cementerio de Alicante tres años más tarde, envueltos sus restos en la bandera española se trasladaron triunfalmente a Orihuela, donde recibieron honrosa sepultura.