Entre las numerosas pedanías del extenso Municipio de Orihuela, sobresale una con perfumes de santidad, LA APARECIDA. Los que conocen con amplia perspectiva histórica a esta Comunidad humana, arracimada en los núcleos de La Aparecida con Raiguero de Levante y Raiguero de Poniente, no pueden ignorar que "la familia" ha sido mimada con especial esmero por aquellos vecinos. El respeto por la familia, proverbial entre ellos desde antiguo, tiene su origen en la intensa fe y vida cristianas de sus antepasados. Miembro de una de esas familias es el Siervo de Dios, Obispo de Santa Marta (Colombia), Monseñor Francisco Simón Rodenas, en adelantado proceso de canonización. Hablar del Padre Francisco, es para los hijos de La Aparecida como un lugar común de sentimientos de emoción, y de remedio de sus congojas y penalidades.
Pero junto con el santo Religioso Capuchino en vías de canonización, encontramos inscrito en los anales de los mártires de la Diócesis de Orihuela-Alicante, otro apellido muy de La Aparecida, "NOGUERA". Se trata de un joven nacido en ese pueblo de la Virgen, el día 27 de agosto de 1918 y bautizado con el nombre de ANTONIO, como el abuelo paterno, el día 1 de septiembre del mismo año.
Sus padres, Felipe Noguera Hernández, de La Aparecida, y Mª Salud Martínez Illescas, de Orihuela, tuvieron dos hijos Antonio y Mª Salud. Cuando Antonio contaba dos años, murió su madre, Mª Salud. Triste desamparo en la joven familia. Pero quiso la Providencia que Felipe fuera a Murcia al mercado de los jueves, allí conoció a un matrimonio de Rafal y en la conversación se comentó su viudez y la necesidad de encontrar una madre para sus niños pequeños. La esposa del matrimonio citado tenía una hermana soltera. Todo se arregló invitando a Felipe a comer en Rafal. Allí se conocieron Felipe y Joaquina Diego Aguado, contrajeron matrimonio y vivieron en casa de Felipe en La Aparecida. Aquella casa, vivienda propia, era como la de tantos modestos agricultores, que compaginaban el cuidado de sus pocas tahullas de tierra de huerta, con la crianza de animales para casa y venta, y con el trabajo asalariado en la propiedad de otros vecinos. Todo iba bien aunque a bajo rendimiento, hasta que el Río Segura hizo otra de las suyas en septiembre de 1924, invadiendo con aguas sin control, casas y cultivos, dejando en la ruina, como a tantos otros, a la familia Noguera Diego. ¿Qué hacer ante la vuelta a quedar sin nada, sometidos a préstamos sobre los que pesaba la usura inclemente de personas sin conciencia? Pobreza sí, pero no desesperación. Todo podía faltar, pero no el rosario en familia. Acudiendo a su Virgen de Belén vino la solución: Emigrar. A Francia me iré, dijo el padre.
Vendidas las tierras, no la casa, buscó donde dejar a su familia, y encontró cobijo en Alicante, una sencilla vivienda en la Calle Villavieja, Nº 27, segundo piso. Aquí en alto, se dijo, aunque cerca del mar, el agua no va llegar. Vecinos fachada con fachada de la Iglesia de Santa María, mirando a tan preciosa imagen, a ella con lágrimas de nostalgia viéndose lejos de su terruño, imploran solución para su vida, y la encontraron.
En la estabilidad familiar conseguida, fueron mejorando de vivienda, del 2º piso de Villavieja bajaron a la planta baja, de aquí pasaron a C/ Teniente Luciáñez (Paseíto de Ramiro en donde está ahora la Biblioteca) y definitivamente a la C/ Gravina, 18; aquí murió Felipe a los 73 años.
Llamaba la atención del vecindario el comportamiento de los nuevos inquilinos: sencillos, agradables, piadosos, de Misa dominical, y con frecuencia diaria; el párroco de Santa María, Don Francisco Antón Tarí, muy amable, notó en seguida la nueva presencia; los vecinos los fueron tratando, conociéndoles y sintiendo cariño por ellos. Doña Társila, mujer distinguida y buena feligresa, habiendo sabido de la situación de la familia Noguera, y los planes del padre de machar a Francia, consigue con la influencia de su marido, que el Señor Noguera sea admitido en la plantilla de jardineros alicantinos, convirtiéndose así, en funcionario del Ayuntamiento.
Con esa realidad cambió el panorama: se acabaron las riadas y el proyecto francés, la cosecha estará asegurada por el sueldo mensual. Nueva esposa y madre para sus hijos. En la casa floreció una nueva primavera. Felipe, se esmeraba cada vez más por tener la parcela de sus jardines, el "Paseíto de Ramiro", en perfecto estado.
En estas circunstancias de bonanza familiar, con el gozo de tener con quien compartir sus juegos, por el nacimiento sucesivo de cuatro nuevas hermanas del segundo matrimonio de su padre (Carmen, Conchita, Josefa y Teresa), el Siervo de Dios frecuentaba las aulas del Colegio Salesiano; crecía en edad y en conocimientos útiles; al mismo tiempo la piedad heredada en su hogar se acrecentaba bajo la sombra de los padres salesianos, que lo estimaban por su aplicación y por su amor a María Auxiliadora. Se conservan algunos diplomas Premio al mérito, del Colegio y del Ayuntamiento.
A los 13 años, 1931, con la proclamación de la II República Española, aquellos ojos abiertos y ambiciosos del saber y del mejor vivir para sí y para su familia, toparon con el turbio espectáculo de un Colegio asaltado, devastado e incendiado, con algaradas callejeras de la chusma sin Dios; y hasta, otro día con el dolor de contemplar a su Director Don Recaredo de los Ríos maniatado, arrastrado por la calles, azotado, acompañado de gritos amenazadores pidiendo que fuera tirado al puerto o desde el Castillo… Volvió roto a su casa, lloraba, y de pena se daba golpes en la cabeza… No entendía.
El 11 de mayo a las 8 de la tarde comenzó el vandalismo contra el Colegio Salesiano… Los últimos salesianos en salir de entre las llamas fueron Don Jaime Mª Buch y Don Recaredo de los Ríos… "Los llevaron entre denuestos, imprecaciones y amenazas hasta la Plaza de Chapí. Precedía la bandera republicana y en el centro de la muchedumbre de revoltosos, las dos figuras se difuminan y se pierden. Don Jaime recibe un golpe y es llevado a la cercana Casa de Socorro…" "En la Plaza de Chapí se formó un tribunal popular. Se pide al pueblo que decida la suerte del Director de las Escuelas Salesianas. La mayoría pronuncia el fallo de la muerte, inclinándose porque sea arrojado al mar con una cuerda al cuello y una piedra en un extremo… Se le anuda la soga a Don Recaredo y el grupo avanza calle de Castaños abajo, precedido de la bandera republicana y cantando, a voz en grito la Marsellesa".
"Pero tampoco el pueblo llevó a cabo sus propósitos y es una estratagema lo que salva la vida al Director Salesiano. Intervino el Concejal republicano Señor Antón y el abogado Señor Gomariz. Éste, ante el peligro evidente que se cierne sobre una vida, tiene un rasgo de ingenio que logra salvarla. "No le matéis, dice que quiere eso, quiere ser mártir y nosotros no podemos consentir que salga con la suya". "Aquello de que Don Recaredo no se saliera con la suya le salvó la vida. La cuestión era hacer la contra a Don Recaredo. Y el pueblo, dócil e ingenuo, le llevó en volandas hasta la Comisaría incólume y salvo"(Diario de Alicante del 15 de mayo de 1931)
Don Recaredo marchó hacia Barcelona, el Siervo de Dios lo amaba entrañablemente y le escribió consolándole, pidiendo su oración y una foto personal. Antonio recibió respuesta de su Director: "Barcelona, 1931. Querido Antoñito: he recibido tu carta y estoy muy contento de que te acuerdes de mí, gracias. Me dices que te envíe una foto mía, y como no tengo ninguna, te envío una de nuestra querida Madre María Auxiliadora, para que nunca te olvides de Ella. Espero que sigas frecuentando los Santos Sacramentos; dichoso tú si así lo haces en la tierra y dichosísimo en el Cielo. Tuyo afectísimo en Cristo. Recaredo de los Ríos". (Don Recaredo, encarcelado en la Modelo de Mislata, fue sacado a las cuatro de la mañana del día 9 de diciembre de 1936 y martirizado en el Picadero de paterna. Beatificado en Roma el 11 de marzo de 2001)
Antonio, todos los días asistía a la Santa Misa en la Colegiata de San Nicolás antes de ir al trabajo. Los canónigos Don Manuel Penalva y Don José Cilleros, hablarían de él si vivieran, a ellos les ayudaba la Misa y a veces en el Hospital Provincial.
Terminados los estudios, los mismos Salesianos le buscaron trabajo en los Almacenes Alemanes, propiedad de los Señores Steinkampf, y en tiempos libres ganaba unas pesetas representando a casas de Barcelona, visitando comercios en Orihuela y pueblos de su entorno. "En una ocasión, dice su hermana Carmen, estuvo una semana entera dando vueltas por aquellos pueblos ¡ojala no hubiera vuelto!".
El año 1936, por el mes de febrero, la policía comenzó a dudar de él, porque andaba con una pandilla de amigos más o menos de su edad, casi todos estudiantes, muy católicos y algunos adheridos a la Falange. Lamenta una de las hermanas, que en cierta ocasión fuera con ellos a la Prisión para visitar a José Antonio Primo de Rivera, joven político y católico, pero político.
Aunque así fuera, el informe escrito que obra en el Archivo Nacional, "Causa General", se le reconoce "sin filiación política". Obedeció el consejo de su padre: "Hijo, apúntate a cosas de Dios, pero no a grupos políticos". El padre le exigía que a las nueve de la noche estuviera siempre en casa, y él, que era muy dócil, nunca lo defraudó.
La policía pudo haberse confundido al ver a Antonio con aquellos amigos; téngase en cuenta que el Círculo Católico y la sede de Falange estaban en pisos superpuestos del mismo edificio en la Rambla. Es natural que se conocieran, se trataran y salieran unidos en pandilla. Sí, es verdad que Antonio, dijo cierto día en casa, que había consultado con el confesor si era malo inscribirse en un partido político, y el confesor le dijo que no, siempre que fuera un partido de ideas cristianas, y Falange lo era, al menos por el Fundador.
Cuando salía de San Nicolás, algunos días lo cacheaban los guardias, al parecer buscando armas, porque corría el bulo de que los curas tenían arsenales de armas en las iglesias. ¡Pobre gente! No tenían los curas otra cosa que hacer…
Pasado el 18 de julio, dice su hermana Conchi, llegó a la puerta de su casa en Villavieja un guardia con un coche que llevaba una calavera pintada, y paró al final del jardín de Santa María. El guardia entrando en casa preguntó por Antonio, que estaba ausente, y la madre en el mercado. El guardia esperó sin prisas, se llamaba Alejandro Real, hombre de orden, de corazón cristiano que después, descubierto, coincidió con el Siervo de Dios en la cárcel, en el paredón de la muerte y en la sepultura.
El guardia Alejandro, obedeciendo, se llevó en el coche a Antonio para declarar ante el Gobernador Civil y ya no volvió a casa, era a finales de julio o primeros de agosto, tenía 17 años.
En la cárcel pudo conocer y tratar a muchos presos de Alicante y provincia. La presencia de dos sacerdotes, Don Jerónimo Vergel Cases y Don José Manuel Planelles Marco, aseguraban la presencia del Señor por la celebración clandestina de la Eucaristía y la confesión a quien lo solicitaba; Antonio se confesó y así lo dijo a la familia. Su hermana Carmen lo visitaba y, porfiando con los porteros podía estar con él, era una niña, y a veces se enteraba de lo que otros no podían. En cierta ocasión, fijándose en la libreta que manejaba el guardia de puerta, observó que el nombre de su hermano estaba tachado lo mismo que otros. Tras preguntar por ese detalle, no recibió respuesta. La conoció después.
El 28 de noviembre, la aviación nacional bombardeó la Ciudad durante ocho horas. Al día siguiente, como represalia, fueron llevados 52 presos al cementerio en el camión del Hércules C. de F.; la mayoría eran jóvenes de 15 años en adelante, entre ellos dos sacerdotes y nuestro Antonio Noguera Martínez. No cabe duda, murió confortado por la absolución sacramental, que pudo recibir gracias a la presencia de sacerdotes asesinados como él.
Uno de los fusilados cayó envuelto entre el resto de cadáveres, se fingió muerto y, cuando la oscuridad de la noche cubría el camposanto y el grave silencio denotaba la ausencia de vivos, malherido, renqueando, saltó la tapia del cementerio por una esquina, apoyando un pie sobre las manos de una imagen de la Inmaculada, y escapó campo a través. Él contó acabada la guerra, que todos habían muerto vitoreando a Cristo Rey y a España.
No cabía mayor tristeza en aquella familia. No merecía "Antoñito" (así era conocido en su calle) aquel trato, decían unos, mientras otros lo recordaban como "un mártir por Dios y por España". Quiera Dios, que su nombre sea puesto por la Iglesia en el canon de los mártires, sólo por su fe en Cristo.
Más tarde, se encontró en la pared del cementerio, un pequeño rectángulo de yeso con la siguiente inscripción a lápiz: "En recuerdo de mi inolvidable, querido, fiel y colaborador Antonio Noguera Martínez - vilmente asesinado el 29 de noviembre de 1936 por las hordas rojas - firma ilegible - Antonio Noguera Martínez - ¡Presente! – Tu amigo - Otra firma ilegible". (Era el testimonio de sus dueños alemanes ¿?)